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La Espirituana

Pacto con el mar

Pacto con el mar

El mar y yo hicimos un pacto y hasta que la muerte me sorprenda lo tendré presente. Se trata de mirarlo diariamente, de respirar profundo y recordar lo bueno y lo malo que pasamos juntos. Fui el cuarto de los hijos de un matrimonio pobre de Tunas de Zaza, no me avergüenza decirlo; al contrario, me gusta hablar del pasado porque mis nietos deben conocer cómo fue que surgió esta familia de pescadores humildes”.

Sentado en un chalán que aguarda anclado por el fondo del patio de su casa, en El Médano, Félix Ramón Pizat hace loas de sus 84 años, con una pasión desmedida por la tierra que lo vio nacer. Hasta  los mangles que de niño lo acogieron como a un hijo cuando buscaba junto a su padre y a su hermano Jaime los camarones escondidos en el fango de las lagunas cercanas se sienten reconocidos por la memoria del anciano.

Un antes lleno de penurias, escasez, necesidades, lo trasladan en el tiempo. “Una caja de camarones de 100 libras valía una peseta, cuando la compraban, porque muchas veces el patrón no la quería recibir; en ese caso llevábamos un poco para la casa y lo sancochábamos con sal. ¿El resto?, lo tirábamos al mar y seguíamos con la barriga vacía y los pies descalzos”, dice Pizat.

Así creció entre el mar y el salitre, así se fue haciendo fuerte para enfrentar el dolor y la rabia... ¿Y la escuela? “Eso ni pensarlo, había que trabajar para mantener la casa y ayudar a papá. En una ocasión le tiré una caja de camarones al patrón, me decían que estaba loco y que nunca más me compraría ni una libra, pero ya no aguantaba más tanta injusticia”.

La Revolución le devolvió el orgullo, le dio atenciones, lo hizo sentir igual a los demás. Surgieron las cooperativas de pescadores y las garantías de trabajo en otros frentes. Y aunque durante su niñez tuvo que escoger entre la escuela y el trabajo para sobrevivir, esa propia experiencia lo condujo a saber comparar lo bueno con lo malo.

“A mi Comandante se lo debo todo, que mis hijos tengan profesiones, que no carezcan de nada material, ni de atención médica. A veces alguien trata de ignorar el pasado de Tunas y sólo habla de la playa o las tiendas y  las mercancías, pero no de la falta de dinero para comprarlas, o para ir en busca de una medicina. Antes del 59 ya tenía dos hijos, recuerdo que una vez mandé al mayor en busca de un pan fia’o, hasta que me pagaran la pesquería del día, entonces regresó con la cara entre las piernas. ‘Dale un pan a ese miserable’,  fue la respuesta del dueño, a él eso nunca se le olvida”.

Una mañana Pizat miró al mar con un brillo diferente en sus ojos; le habían encomendado una importante tarea: ser patrón del mejor barco camaronero que navegaba en esa zona. Más de 14 años estuvo en la flota, luego vino la etapa de Cienfuegos y más tarde el regreso a Tunas de Zaza para seguir comandando una tripulación de pescadores.

Junto a María Antonia, su compañera de toda la vida, sus hijos y nietos, continuadores de las ricas tradiciones de sus antepasados; el viejo Pizat sonríe, no por el pasado incierto y atropellado que le tocó enfrentar, sino por el presente lleno de satisfacciones; por saberse útil, a pesar de su invidencia, por poder transmitir la sabiduría acumulada a quienes lo rodean, y la experiencia que lo acompaña siempre como a un viejo lobo marino.

 

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